Levantarse de la silla
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Levantarse de la silla

18 enero, 2017

Desde la ventana de mi escritorio la ciudad se veía minúscula, activa, viviente. Los carros, uno detrás de otro, semejaban esas hormigas que con determinación y orden conservaban la fila rumbo a un lugar desconocido.

Cada vez que la espalda lo pedía o los ojos se cansaban, yo iba directo a mi ventana, a ese pequeño cuadrado fijo en la pared, que como un televisor me mostraba la vida ajena de aquellos que a lo lejos se movían por las calles mientras yo quieto los veía pasar.

Miles de personas de todas las edades hacían parte de las historias que inventaba cada vez que miraba por la ventana, la pareja de enamorados que encontraba en una esquina una excusa para un beso o ese padre que llevando a su hijo en hombros fingía ser un gran caballo.

Pequeños fragmentos de vidas ajenas que las hacía mías, pero que con el tiempo me fueron mostrando que en ese pequeño escritorio mi propia vida estaba en pausa, limitada al pasar de un reloj y ver en la vida de los demás lo que no pasaba en mi propia vida.

Hoy soy yo el que mira desde la calle todas esas pequeñas ventanas y me imagino que esas historias que pasan dentro de ellas, no con la melancolía de volver sino con la certeza de que la verdadera vida está afuera de ellas, porque si tuviera que volver a decidir no dudaría en pararme de la silla y empezar a vivir.